domingo, 9 de abril de 2017

EL AMIGO

Éramos como hermanos, con mi amigo:
suyas eran las pilchas de mi apero,
mi “moro”, mi guitarra, mi confianza,
y hasta la intimidá de mis secretos.

Y era mío también todo lo suyo:
su caballo, su poncho, su dinero,
y sus males también y sus pobrezas.
Éramos como hermanos con Ruperto…

En yunta trabajamos en las yerras
o rondando ganao pasamos sueños;
por turnos galopiamos los ariscos
o charquiamos a espuela los mañeros.

Me ayudó y lo ayudé, parejo siempre,
en la paz, en la guerra, en todo tiempo.
A brazo lo saqué de una creciente
y ancas me sacó de un entreviero.

Después, pa’ mi desgracia hice una muerte
de esas que llegan como llega el viento,
que nos pecha nomás y en cualquier caso,
resulta inútil perfilarle el cuerpo.

Ya metida la pata no sabía
si ganar las bagualas o dir preso.
Conozco las angustias de la celda
y la arisca tristeza del matrero…

“Tenés un gurisito y una moza
que viven de tu amor y de tus pesos
-me aconsejó con su habitual sonrisa-
cambiame de facón y yo me entriego”.

No pude disuadirlo de su idea.
Era como hijo’e vasco el indio’e terco,
y después de acordar declaraciones,
a presentarse se marchó pa’l pueblo.

El tiempo que pasó, no estoy seguro,
pero jue, más o menos… año y medio.
Cuando una tarde regresó con todas
las hondas cicatrices del encierro.

Y como antes lo ayude otra güelta:
con mi confianza lo acerqué a mi pecho
pa’ansí ahuyentar la timidez huraña
de perro cuando llega a rancho ajeno.

Y le di la mitá de unos baguales
-que amansarles, le agarré a los Lemos-;
la mitá de los tragos de mi chifle,
un medio corazón y un medio techo.

Y tuvo pa’ sus potros mi palenque,
mi gaucha lira pa’enredar recuerdos;
la sombra de mi ombú pa’l sol de estío
y el calor de mi poncho pa’l invierno.

Pero una tarde comprobé una escena
que aunque la vide, me costó pa’ crerlo.
Y me hinca el corazón como una espuela
y me hace lagrimear cuando me acuerdo.

Jue en ese tiempo que se ve en las lomas
repuntar las manadas los enteros
y los toros alzao taparse en tierra
rompiendo los lunares del rodeo.

Y se ajuntan de a dos los pajaritos
y los jaguares de la selva, en celo,
con las diez medias lunas de sus garras
les dibujan tatuajes a los ceibos.

Y máullan mano a mano los monteces
en arco el lomo y erizao el pelo,
y charquiaos a colmillo andan sangrando,
los cimarrones de peliarse entre’llos.

Que los vide clarito junto al poso…
y la que con su amor tejió mis sueños,
entornó los ojazos media augada
con el calor asfixiador de un beso.

Me asujeté del crimen, a una vara.
Pa’ que me vieran me compuse el pecho
y me puse a ensillar de lomo duro
como dice el refrán, pero en silencio.

Por eso, cuando agarro una guitarra
pa’ ahuyentar el dolor que llevo adentro,
me salen remolonas las versadas
como si me lerdiara el pensamiento.


Versos de Wenceslao Varela

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